Abro
los ojos. Miro a mi alrededor. ¿Dónde estoy? Esta no es mi casa, no
son mis muebles. Me destapo sigilosa, bajo de la gran cama y me
dirijo a una pequeña puerta entreabierta. Me gustaría decir que
esto no me da miedo, pero no hay nadie. Y sí, me da miedo. Abro la
puerta y escucho unos pasos, voy corriendo de puntillas hasta la
cama, me tumbo y me tapo de nuevo. Entrecierro los ojos y veo como la
puerta se abre. Es Gonzalo. Lleva algo en las manos, cierra la puerta
con el pie y me mira sonriente. Ya sé lo que trae. Es una bandeja,
un desayuno. Es tan mono. Deja la bandeja sobre la mesa de noche, se
sienta a mi lado y me acaricia la mejilla.
–Oye,
princesa, despierta –abro los ojos y me desperezo, intentando que
parezca real que me acabo de levantar. Él me mira mientras sigue
sonriendo, se acerca y me besa la mejilla con cuidado. Me duele.
Sonrío.
–¿Qué hago
aquí? ¿Y por qué me duele la mejilla? ¿A caso me he dado un
golpe? –no dejo de preguntar, él me mira fijamente a los ojos, ríe
y niega con la cabeza–. No te rías, no me hace gracia. ¿Mi madre
sabe que me he quedado aquí?
–¡Claro que
lo sabe! Dani, por Dios, que es como mi tía, somos hermanos
prácticamente. ¿Cómo no la iba a avisar? –voltea los ojos y
vuelve a sacar esa sonrisa que hace que yo sea feliz, la que tantas
veces me ha sacado adelante–. Y ahora, vístete princesa. Nos vamos
de compras. Tienes el concierto de Bieber y los dos necesitamos ropa.
–Espera...
¿Qué? –grito y le miro sorprendida–. Eso no querrá decir que
vienes conmigo ¿no? –él me mira y sólo asiente, yo saco la mayor
de mis sonrisas y le abrazo con todas mis fuerzas–. ¡Aaaaaaah! Te
quiero, te amo, te adoro y te llevo a los toros –reímos y salgo de
la cama–. Bueno, en ese caso, a desayunar y una mañana de shopping
¿no bro? –él sonríe y se levanta.
–Vístete
tranquila, yo te espero abajo ¿vale?
–¡Oye,
espera! ¿No me vas a contar lo que pasó anoche y el por qué de
quedarme aquí? No lo entiendo ni tampoco es que me acuerde de mucho.
–Mmmm... Ya
luego te lo cuento más tranquilos, no creo que tengas ganas de
saberlo. Y aunque te lo dijera e intentase calmarte no serviría de
nada. Así que venga, desayuna y te vistes. No tardes, hay que coger
el autobús de las doce y media –se dirige hacia la puerta, la
abre, sale y cierra. Y me deja aquí, en ascuas, sin más.
Cojo la pequeña
bandeja que, aún siendo pequeña, trae un buen desayuno. Dos
tostadas, un café, un zumo, mermelada y una manzana. Sonrío y cojo
las tostadas aún sentada en la cama, las unto y las dejo sobre el
plato. Bebo un poco de café y le doy el primer bocado a la tostada.
Y otro, y otro, y otro, y así hasta que ya no queda. Ataco a por la
otra, el primer bocado, el segundo, el tercero, el cuarto, y sigo
mordiendo y masticando hasta que igual que a la otra, ya no queda.
Bebo más café, éste se acaba y entonces bebo zumo. Me lo acabo y
cojo la manzana, ésta la guardo para después. La dejo encima de la
mesa de noche, pero apartada de la bandeja. Me levanto y me estiro,
esta vez con ganas. Abro las cortinas que estaban un poco cerradas y
voy hacia una bolsa en la que pone en grande 'Justin Bieber :)', es
de cuando me compré Someday. Aún huele a la colonia. Dentro está
mi ropa, la saco y, para no haberla escogido yo (con lo estricta que
soy para esas cosas) está muy bien. Unas Vans rojas, mi camiseta de
EEUU y unos shorts azules. A juego con los zapatos viene mi diadema
favorita, la roja. La conservo desde pequeña y me encanta. Mi collar
de 'Believe' plateado y mis perlas blancas. Seguramente todo esto lo
haya cogido Gonzalo, es el único que me conoce de verdad. Cada
detalle, cada virtud y, por supuesto, cada defecto. Entro al baño y
cierro la puerta. Abro el grifo y dejo la ropa sobre el lavabo. Huelo
mucho a alcohol. Me desnudo y cojo dos toallas, una para el pelo y
otra para el cuerpo. Entro a la ducha y el calor se apodera de mí.
Regulo la temperatura y ésta vez sí. Me enjabono el pelo
rápidamente y después lo enjuago, me lavo el cuerpo y seguidamente
repito la acción del pelo, para dejarlo bien lavado. Salgo de la
ducha y cojo la toalla, me la lío alrededor del cuerpo y después
cojo la otra para ponerla en mi cabeza. Miro hacia arriba y me veo
reflejada en el espejo. Tengo toda la cara multicolor. Morada, roja y
verde. E hinchada también.
Dos horas
después (…)
–Venga,
Gonzalo, quiero comprarme esa sudadera y esas supras, ¡lo necesito!
–lloriqueo y él me mira cínico.
–Sí, como si
no tuvieses nada de él –mira hacia delante tirando aún de mí y
yo me paro–. ¿Qué haces? ¡Vamos! –sigue tirando de mí pero yo
niego con la cabeza–. Dani, vamos –sigo negando y él se rinde,
me suelta y sigue su camino, yo corro hacia la tienda donde vi todo
lo de Biebs.
Miro hacia atrás
para buscar a Gonzalo y veo que se va, que desaparece entre la
multitud. 'Ya vendrá luego' pienso.
–A ver, la
sudadera de 'swaggy <3 by: Justin Bieber' la necesito, las supras
doradas también, los guantes dorados también, y esos collares, ¡oh
Dios mío! –corro hacia ellos y los miro, mis ojos se llenan de
lágrimas–. ¡Jiley! Amo estos collares, los cojo también –miro
hacia otro lado y veo una sudadera, 'Still Kidrauhl' y dos fotos de
Justin, una de pequeño y otra de hace poco. Comienzo a llorar y
corro hacia ella. La cojo como puedo –ya que llevo ocho mil cosas–
y voy hacia la caja–. Señorita, ¿cuánto es? –sonrío.
–Pues...
Mmmm... –empieza a sumar los precios y me mira sonriendo–.
Trescientos euros todo.
–Bien, aquí
tiene –sonrío y le tiendo la tarjeta de mi padre, ella se lo cobra
todo y me lo devuelve, saca dos bolsas y lo mete todo ahí–.
–Ya está,
muchas gracias por venir, que tenga buena tarde –sonreímos ambas y
yo salgo de la tienda.
Saco el móvil
de mi bolsillo, busco en la agenda 'Mejor amigo <3' y le doy al
verde. Un 'pi', otro, otro, lo coge.
–¿Sí?
–comienza a reír y la voz de una chica se oye por detrás.
–¿Dónde
estás? ¿Y con quién? –frunzo el ceño, como si él me fuese a
ver.
–Joder, Dani,
pareces mi madre. Estoy en Starbucks con Delia, estaba aquí con su
prima. Y no veas como esta la prima –susurra esto último.
–Bueno, pues
ya he acabado de comprar las cosas de Bieber, así que voy para allá
¿vale?
–Ajá, aquí
te esperamos.
Cuelgo y guardo
el móvil. Sonrío y camino hacia el Starbucks. La gente pasa y pasa
a mi vera, algunos me dan golpes y ni siquiera se vuelven a
disculparse. Voy medio corriendo por las ganas de ver a Delia. Ella
se fue de vacaciones un mes y no la veo desde entonces. Entre la
gente distingo a mi madre y mis hermanos pequeños, los tres ríen.
El más pequeño lleva un helado en su mano, el cual está totalmente
derretido. Voy hacia ellos e intento tapar con el pelo el gran
moratón que tengo en la mejilla. Me miro en el móvil. Genial, no se
ve. Corro y los alcanzo, están de espaldas, y para hacer la gracia,
le doy un susto a mi madre.
–¿Cuánto
cobras, guapa? –susurro en su oído.
–¿Perdón?
–se gira enfadada y me ve, yo comienzo a reír al ver su cara–.
¡Dani! ¡Me has asustado! –se lleva la mano al corazón y ríe
conmigo.
–Lo siento,
mami –río–. ¿Dónde vais?
–Al cine
–sonríe–. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí? Ayer Gonzalo me dijo que
te quedabas en su casa.
–Mmmm... Ya. Y
he estado en su casa durmiendo. Solo que hemos venido a comprarnos
ropa para el concierto.
–Dani... ¿No
habrás usado por casualidad la tarjeta que te dio tu padre por si
había alguna emergencia? –frunce el ceño y los dos pequeños
ríen.
–¿Qué
tarjeta? –me hago la incrédula y miro hacia otro lado.
–¡Daniella Di
Gennaro por Dios! ¡Se supone que eso es por si había algún tipo de
emergencia! ¡Y que yo sepa comprarte ropa para un concierto de
Justin no es ninguna emergencia!
–Lo siento
mamá, prometo que después del concierto lo devolveré todo, te lo
juro.
–¿Sí? ¿Cómo?
¿Te vas a ir a trabajar con catorce años? ¡Dani por Dios! ¡No
deberías haber hecho eso!
–No me
compraré ropa, no saldré... Y ya sabes que yo en esas dos cosas
gasto como mínimo 500 euros al mes –eleva una ceja y tuerce los
labios–. ¿Qué? ¡Es una necesidad! –agarra a los pequeños de
las manos y está dispuesta a irse cuando gira de nuevo la cabeza.
–Que sepas que
tenía pensado castigarte sin concierto –mi boca se abre en forma
de O y mis brazos se colocan en forma de jarra–. Pero como soy
buena madre... Y sé lo que es no poder ir a ver a tus ídolos y
sufrir por ellos... Te dejaré ir –sonríe melancólica y se gira.
–¡Mamá,
espera! –la agarro del brazo y vuelve a girarse hacia mí–.
Gracias, muchas gracias –sonrío y la abrazo–. Eres la mejor del
mundo –le doy un beso en la mejilla y me despido de los pequeños–.
Adiós Alex, adiós Javi –ríen y yo les alboroto el pelo a ambos–.
Nos vemos luego en casa, adiós.
Sonrío
triunfadora y sigo con mi camino. Mi móvil vibra, lo miro. Un
mensaje de WhatsApp de Gonzalo: '¿Te queda mucho? ¡¡Te tenemos una
sorpresa, corre!! :)'. ¿Una sorpresa? Odio las sorpresas. Con odio
quiero decir que las amo, pero solo cuando ya me la han dado. Antes
no. ¿Nunca os ha pasado que os duele la tripa de los nervios por
saber qué es? Esa, esa sensación es la que odio. En tu cabeza se
barajan cosas que te gustaría que te regalasen o dijesen, y piensas
'¿Y si la sorpresa es esa?'. Y luego, después de ilusionarte
durante una semana entera... Plaf. Basta una llamada o una simple
frase para que todo salte por los aires, y tú te quedes con las
manos vacías. O ya no hay sorpresa, o no es lo que tú esperabas. ¿Y
de qué ha servido todo ese tiempo comiéndote la cabeza? Te
ilusionas sin motivo, puesto que no sabes lo que es. Y cuando ya te
han dado la sorpresa y no era lo que tú esperabas, tienes que decir
la frase, esa que nunca falla. 'Gracias, me ha encantado'. Mentira.
Tú querías otra cosa. En mi cabeza no deja de retumbar la palabra
'sorpresa'. Y la pregunta '¿Qué será?'. Cuando me doy cuenta estoy
en la puerta del Starbucks, y a través del cristal se ve la mesa en
la que están mis amigos. Agarro bien las bolsas y corro ilusionada
hacia la puerta, entro y les silbo. Gonzalo, que se percata al
momento, se levanta y me señala al mismo tiempo que les dice algo a
Delia y su prima. Delia se da la vuelta y sus ojos se cristalizan,
los míos al igual que los de ella se inundan de agua y antes de que
nos demos cuenta ya estamos corriendo la una hacia la otra. La abrazo
con todas mis fuerzas, como si no hubiera mañana. Ambas lloramos en
el oído de la otra. Nos separamos, la miro y le quito las pequeñas
gotas que salen de sus ojos azules.
–Este mes me
ha servido para darme cuenta que te quiero mucho –dice, y una
sonrisa aparece en mi rostro–. Y que no puedo vivir sin ti –sonríe
y me abraza de nuevo.
–Yo tampoco
puedo vivir sin ti hermana –le beso la mejilla y ella sonríe.
–Mira, ven
–tira de mi mano y me arrastra hasta la mesa–. Esta es mi prima
Helena. Quería conocerte y, bueno... Me la he traído –ríe.
–Encantada,
Helena –sonrío y le doy dos besos.
–Igualmente,
Daniella –ríe por lo bajo y sus mejillas cobran color.
–Oh, llámame
Dani. Daniella es demasiado formal –río–. ¿Y cuántos años
tienes?
–Trece, tú
tienes catorce ¿no? –miro a Delia y sonrío.
–Vaya, veo que
tu prima te ha hablado mucho de mí ¿no, Delia? –reímos fuerte y
Gonzalo nos mira perplejo–. Oh, bro, a ti no te he dicho nada –le
doy un beso en la mejilla y le abrazo–.
–¿Sois
novios? –dice Helena, así, de repente. Gonzalo y yo nos miramos y
reímos fuerte–. ¿Qué he dicho tan gracioso? –le susurra a
Delia.
–Nada, son
cosas suyas –sonríe, Helena sólo asiente.
–¡Y ahora la
sorpresa! –Gonzalo se sienta y me deja un sitio a su lado. Delia y
yo estamos en frente. Ella me mira y saca una sonrisa amplia.
–Bueno... ¿A
que no sabes qué? ¡Mi prima es Belieber! –Helena sonríe y Delia
la mira–. ¿A que sí, Hele? –ella asiente y yo la miro
sonriendo–. ¿Y a que no sabes otra cosa? –frunzo el ceño y
Helena baja la cabeza sonriendo–. ¡Vamos contigo y con Gonzalo a
Bilbao! –sonríe ampliamente, se levanta y me abraza. Yo sigo en
estado de shock–. ¿Qué pasa? ¿No te hace ilusión? –sube su
ceja derecha y se vuelve a sentar frente a mí.
–¿Eh? Ah, sí,
sí. Mucha. Pero ¿tus padres lo saben? ¿Y los suyos? ¿Y mi tía?
Porque nos quedamos en casa de mi tía, lo sabías ¿no? –ella
sonríe y niega con la cabeza, luego me interrumpe.
–¡Claro que
lo saben! ¡Ya tenemos las entradas! –abre su bolso y saca dos
tickets, efectivamente para Bilbao.
–Dios, no me
lo puedo creer –mis ojos vuelven a inundarse de agua–. Pero,
vosotros no sois Beliebers. Excepto Hele. ¿Por qué lo hacéis?
–Queremos
verte feliz –dice Gonzalo, el que parece muy convencido–, y si
para eso hay que ir a un concierto de tu ídolo, iremos.
–Así que
¿todo esto es por mí? ¿Queréis que cumpla mi sueño rodeado de
mis mejores amigos? –sonrío.
–Efectivamente,
Dani –susurra Hele, la que parece feliz–, lo hacemos por ti. Y
por mí. Ambas queremos cumplirlo y, Delia, como mi prima, quiere que
lo cumpla con ella y sus amigos. Y Gonzalo, como tu casi hermano,
quiere que lo cumplas con tus mejores amigos. Así que vamos todos
juntos. ¿No es genial? –levanta la cabeza y ríe levemente.
–Por supuesto.
Realmente genial –sonrío y los miro a todos. Feliz. Ahora mismo
soy jodidamente feliz.
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